De Dios nadie se ríe. Su ley imperará para siempre. Y este Dios, que es amor para nosotros, se convierte en justicia cuando no se ha sabido captar la invitación del amor... Dios espera, pero cuando ya la paciencia de Dios termina en el amor, comienza su justicia.
Hermanos, no es volver a la Edad Media al hablar del infierno. Es poner frente a los ojos la justicia de Dios, de la cual nadie se ríe. Organicemos a tiempo nuestra patria. Organicemos los bienes que Dios nos ha dado para la felicidad de todos los salvadoreños. Hagamos de esta república una bella antesala del paraíso del Señor, y tendremos la dicha de ser recibidos como el pobre Lázaro
(Homilía 25 de septiembre de 1977, I-II pp. 242-243).